domingo, 16 de mayo de 2010

Tarde de domingo

La música a tope, Metallica en la minicadena. La puerta del baño abierta y tu voz retumbado en la bañera. Regresabas de una fiesta, de pasarlo de puta madre, alegre, borracha y drogada. Tu cuerpo se mojaba agradecido con el agua cálida. Bella por entera, tus ojos oscuros intentando traspasar el agua, tus melenas bañadas, tu cuerpo en un continuo manantial de vida... y esa barriguita que siempre me ha hecho gracia, te propusiste tan fuerte adelgazar que lo conseguiste, con la continua recaída que tiene una dieta estricta. Me molas más con un poquito de carne para agarrar, es más suculento el sexo, amor. Seguí observando como te duchabas, cerrabas el grifo y buscabas a tientas el champú, no querías abrir los ojos, tu mandíbula se movía haciendo el baile del hula hop. Hoy, como siempre que salías, devorabas el veneno como nocilla. Cariño, te susurraría al oído: -No necesitas más-, pero si lo pasaste bien, ¡qué te voy a decir, disfruta! Estoy para recogerte del bajón. Te serviste una buena cantidad en la mano, parecía que ibas a lavar la cabeza de una sirena. Estabas perezosa y con un gemido de cansancio te frotaste la cabeza. Tenías los pezones bellos y duros con jabón caído del pelo, estabas para comerte a besos. Continuaste enjabonándote. La esponja roja acariciaba tu cuerpo empezando desde los brazos, siguiendo por ese hermoso cuello, acariciándote los senos, esa preciosa barriguita, frotándote y rascándote la espalda al estilo oso. Te giraste hacia mí, creí que me veías y empezaste a bajar la mano hacia tu sexo, te acariciabas el clítoris. Deje de mirar, preferí que ese placer lo sintieras sola. Volví a mirarte, terminabas de enjabonarte, tus tobillos con pulseras de jabón y tus encantadores pies con espuma. Hubiera cogido la alcachofa para regar tu piel y hacer que brotaran raíces de pasión, pero preferí seguir contemplándote. Antes de que terminaras me fui a la habitación de paredes blancas en busca de mi preciado tesoro.
Mire por la ventana, el perro del vecino perseguía un saltamontes, las nubes del atardecer de domingo mostraban sus imaginativos dibujos, los pájaros piaban y a mi las ansias me podían. Abrí el cajón de la mesita y saque el mar de plata. Desde que me dio aquella sobredosis escarmenté en dejar mis venas intocables, aunque la rabia de no hacerlo a veces me podía y lo intentaba hasta hacerme marcas y dejarme moratones. Ellas eran mi tentación más preciada, mas el fumar también es un placer que el cuerpo te pide como una delicia. Buscaba el mechero, ¿dónde lo habré dejado? No lo encontraba ni en los pantalones, ni en la mochila... Por fin caí, en la deportiva junto a la maría. ¿Dónde dejaré la cabeza algún día? Cerré la puerta, baje la persiana y encendí el timón del barco. De este a oeste, siguiendo el camino del calor. Imaginaba estar contigo debajo de una cascada desnudas, besándonos y jugando como niñas. De repente, el flash se apodera de mis mejillas, me dejo llevar por el tierno placer que se va apoderando de mi mente... La imaginación sigue, ahora estamos en un arroyo mojando nuestros pies y hay animales a nuestro alrededor. Recogen frutos, se acercan a nosotras, nos olisquean, se van, somos parte de la naturaleza y no huyen de nosotras... La cabeza continua en su mundo. Entras con la toalla a medio poner, bostezas fuertemente, me miras, me das un tierno beso, hueles el ambiente como una roedora, otra vez tus ojos caen sobre los mios, sonríes y te dejas caer sobre la cama. Te digo que te pongas algo de ropa, pero no me haces ni caso, te tapo con la manta y me quedo admirando tu rostro en la semioscuridad.

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