martes, 1 de junio de 2010

p.976, p.977 Los Pilares De La Tierra

<... Jack se sentía hechizado. Era casi como enamorarse. Euclides había sido una revelación, pero eso era algo más que una revelación, porque también era bello. Jack había tenido visiones de una iglesia como aquélla, de pie debajo de su bóveda, que parecía alcanzar el cielo.
Rodeó el extremo oriental, el ábside, mirando el abovedado de la nave doble. Las nervaduras se arqueaban sobre su cabeza semejantes a las ramas en un bosque de árboles de piedra perfectos. Allí, al igual que en el nártex, el relleno entre las nervaduras del techo consistía en piedra cortada y mortero, en lugar de argamasa y mampuesto, que habría sido más sencillo, aunque más pesado. El muro exterior de la nave tenía parejas de grandes ventanas con la parte superior en ojiva, que de este modo se acoplaban a los arcos ojivales. Aquella arquitectura revolucionaria tenía un complemento perfecto en las vidrieras de colores. Jack jamás había visto en Inglaterra cristales de color, si bien en Francia los encontró con frecuencia. Sin embargo, en las ventanas pequeñas de las iglesias al viejo estilo no adquirían toda su belleza. Allí, el efecto del sol matinal al derramarse a través de ventanas en variados y prodigiosos colores era algo más que hermoso. Era cautivador.
Como la iglesia era redondeada, las naves laterales se curvaban alrededor de ella para encontrarse en el extremo oriental, formando una galería circular o pasarela. Jack recorrió aquel semicírculo y luego, dando media vuelta, volvió al punto de partida, todavía maravillado.
Y entonces vio una mujer.
La reconoció.
Ella sonrió.
Jack sintió que le daba un vuelco el corazón.

Aliena se protegió los ojos con la mano. La luz del sol que entraba por las ventanas del extremo oriental de la iglesia la cegaba. Semejante a una visión, avanzaba hacia ella una figura que parecía surgir de aquel resplandor coloreado. Su cabello era rojo como el fuego. Se acerco más. Era Jack.

Aliena creyó desmayarse.
Él siguió andando y finalmente se detuvo delante de ella. Estaba delgado, terriblemente delgado, pero en sus ojos brillaba una emoción intensa. Por un instante se miraron en silencio.
Cuando Jack habló al fin, su voz era ronca.
-¿Eres realmente tú?
Sí -respondió Aliena en un susurro casi inaudible-. Soy yo.
La tensión fue excesiva y rompió a llorar. Jack la estrechó entre sus brazos. En medio de ambos estaba el pequeño. ...>

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